En homenaje al viejo Karl Wallenda.
Ven ga us ted, a ní me se, di viér ta se!
Conozca el incomparable, el inigualable, el inimitable mundo del circo. Enamórese de los esculturales cuerpos y de la gracia de nuestras trapecistas; sorpréndase con los músculos y la fuerza de nuestros acróbatas; conmuévase con las desgracias y las miserias de nuestros fenómenos y de nuestros monstruos.
Contemple usted al auténtico, al genuino, al siempre imitado pero nunca igualado hombre elefante y, si se atreve usted, por dos monedas más podrá tocarlo y platicar con él. Observe usted no a la mujer barbuda, no a la mujer más gorda del mundo. ¡No! Vea usted, con sus propios ojos, a la mujer sirena. Sí señor, oyó usted bien, la mujer sirena; aquélla que por una maldición que cayó sobre su madre, por bañarse en viernes santo, tuvo la desgracia de nacer sin piernas y con una enorme cola de pescado. ¡Pa se us ted, vé a la, tó que la, hué la la, ad mí re la!
Diviértase con nuestras enanas y nuestros enanos, compruebe usted porque las meninas y los juglares de Felipe el Hermoso y de su hijo Carlos causaron tanta hilaridad y provocaron tanta risa en las cortes españolas. Asquéese hasta la náusea con las deformidades y asquerosas costumbres del horrible jorobado Cuasimodo. Descubra usted porque Víctor Hugo. Sí, el incomparable genio de la literatura dedicó una novela a esta abominable criatura y enamórese con él de la hermosa, de la siempre bella Esmeralda. Una vez que la vea querrá usted llevársela a la torre más alta de la iglesia y disfrutar con su gracia, echar a vuelo las campanas, tomar por asalto el paraíso y... No, no se sorprenda, por favor, si al ritmo de su pandero y su cintura termina usted bailando como oso.
Sí señor, venga usted y conozca a los osos, a los tigres y al auténtico hombre de las nieves traído desde los remotos Himalayas. Venga y baile como yeti o como oso o como perro, con nuestros perros amaestrados, o como usted prefiera; porque eso sí, le aseguro que no podrá quedarse quieto en su butaca. Tenemos palcos, plateas, asientos preferentes y generales, no importa que more usted en lote de tercera o mausoleo, tenemos aquí localidades para todos los gustos y para todos los bolsillos. Apúrese, antes de que no quepa ni un alma más dentro del circo. Sí, el incomparable circo Ringling Brothers.
que ya va a empezar el espectáculo. Sí señor, el espectáculo más grande del mundo. Abriremos con las contorsionistas y los pulsadores; entraremos después, entre estupendos y admirables malabares, al mundo de lo insólito en el que el escapismo del Gran Houdini se hará presente; veremos cómo es amarrado con auténticas cadenas y fortísimos candados y cómo es introducido en una enorme pileta de cristal llena de agua. Espero que ahora sí no le falle, que no nos falle...
Aguarden, algo inesperado ocurre en la pista. Salgan, salgan de ahí, señores, no ven que pueden ser aplastados por los elefantes. No señor, no aviente usted agua al respetable. Vaya, menos mal que era confeti. Y ahora, un fuerte aplauso para recibir al rey de los payasos, aquél que inspirara un poema y que con su gracia infinita hiciera reír, hasta el borde de las lágrimas, a reinas y princesas. Señoras y señores, con ustedes, el gran Garrick.
Ahora, Ringling Brothers se enorgullece en presentarles al temerario, al indómito Iván el terrible, el hombre que no conoce el miedo, el único capaz de dominar a las fieras con el temple de su carácter y que en aquella inolvidable función celebrada en San Petersburgo, en presencia de la familia del Zar Nicolás III, fuera salvajemente mordido en la misma cabeza, por sus leones, y que provocara tal crisis nerviosa en la zarina que fue necesario llevarle a Rasputín para que con su hipnótica mirada la calmara.
La magia es de Blacamán; quién más, si fue el primero en desaparecer a un tigre de su jaula y en atravesar con espadas el cuerpo de una mujer sin herirla y en hacer el milagro de convertir el helado que comía la reina madre, cuando era todavía una niña, en una hermosa rosa roja, tan impresionante por su tamaño, por su color y por su aroma, que la princesa ordenó sembrarla en los jardines de Buckinham, en donde, hasta la fecha, florece con los primeros vientos de cada primavera.
Veremos al hombre más fuerte del mundo, el negro Tom, aquél que en las propias inmediaciones de las Puertas de Brandemburgo derrotara a los teutones que lo desafiaron y que lograra la hazaña única de levantar, como moderno Hércules, unas ruedas de ferrocarril, hecho que provocó tal ira en el Führer que lo obligó a abandonar, entre espumarajos que escurrían de su boca, la carpa. Todo ello antes de que Berlín fuera destrozado y luego reconstruido nuevamente.
Ahora, señoras y señores, rogamos silencio. Absoluto silencio, por favor. Cualquier ruido, cualquier distracción puede ser mortal, pues como pueden ver no hay protección ni red. Allá arriba, fíjense bien, se puede distinguir, tan delgado como si fuera el pelo de un camello, un cable. Un cable por el que habrá de cruzar, de lado a lado de la carpa, nuestro inolvidable Karl Wallenda. Sí, el equilibrista genial, aquél que atravesara el gran cañón, único capaz de dominar el miedo que produce ver abismos superiores a los doscientos metros, por debajo de las plantas de sus pies y un arroyo serpenteante entre agudas aristas de las mortales rocas; y que un aciago día, al cruzar por entre dos rascacielos en la exótica ciudad de San Juan, de Puerto Rico, una traidora ráfaga de viento lo...
Pero eso fue ayer y hoy no estamos aquí para rememorar noticias tristes. Damas y caballeros, con ustedes el gran, el único, el genial, el inolvidable Karl Wallenda, quien con sus más de setenta años cierra el programa y hará las delicias de chicos y grandes y que, para darle mayor realce a su número, hará el acto con los ojos vendados y que, exactamente en el centro del cable, ya sobre la pista, se parará de cabeza, guardando el equilibrio, ayudado tan solo con su pértiga. Bendito sea y que Dios lo ampare.
que por hoy la función ha terminado. Vuelvan pronto. Buenas noches.
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