Orale mi champion, échese una chela, son buenas pa la tristeza. ¿Cuál tristeza mi valedor? Si fue un mundial de fantasía, ahí taban de mamones con lo del cuarto partido, que no estábamos pa más, que no anotábamos, ni defendíamos. ¿Cuándo se imaginaron?, me cai, ni el más pintado. Cómo recuerdo el primer juego, con las banderas de México y Camerún ondeando en sus astas y los himnos aquí nomás, calando chidito en el corazón, los oclayos húmedos por la emoción; y el profe en el vestidor: vamos a hacer lo que sabemos y tú Mai, me decía, combínate con Rafita, no lo dejes solo porque estos negritos entrenan con leones y son los sobrevivientes. Pasada media cancha será otro cantar, asóciate con el Principito, jálale la marca, dribla sin exagerar, amaga como si te fueras hasta la cocina; cuando la defensa lo suelte manda la bola chanfleada por arriba de la cabeza, pa que apenas toque el suelo deje de rodar, y el flaquito la alcance, y a la olla. Y yo: sí profe. Pero no dábamos una y es que teníamos tanto miedo de fallar, que nos equivocábamos, por eso durante el primer tiempo no hubo un tiro a gol, ¿cómo iba a haber si no podíamos conectar un pase a diez metros? Y el profe grite y grite: Mai, Mai, pressing, pressing, no les des chance de acomodarse. Pero los inchis negritos se descolgaban y corrían como gacelas, de no ser por la defensa nos habrían goleado. Llegó el minuto noventa, cuando parecía el empate, me driblan y dejan mi cintura como falda de hawaiana, y cuando el portero vuela pa tapar el potente disparo, sale un tirito guango que pa acabarla de joder va como haciendo patitos en medio de un lago. ¡Goool! Silbatazo final; el profe nos llama y dice: el primer juego siempre es difícil, con los cariocas será otra cosa, jugaremos más sueltos y con más confianza, ténganlo por seguro.
En el juego contra Brasil me encargué de Neymar y a la abanderada prietita que ya le había yo echado el ojo, le decía guaseando: tenga cuidado con el diez porque de chiquito era clavadista o le reclamaba a él: ¿por qué no te echas un salto mortal con giro hacia dentro?, y el inchi negrito nomás reía. Y el profe: Mai, Mai, hagan el dos a uno. Baja, baja, regresa, no te quedes parado nomás mirando. Y el tiempo corría, aunque la neta es que el respetable estaba aburrido, cuando vieron que las cosas no mejoraban, hicieron la ola pa no dormirse, luego a cantar: ¡olé olé olé!, pero como ni así nos animábamos, un grito repetido se oyó por las tribunas: ¡uuuleros, uuuleros! Cero a cero. A la madre, dijo el profe, algo es algo, tenemos un punto, pero a Croacia tenemos que ganarle porque si no, hasta aquí llegamos y nos despedimos del mundial.
El partido contra Croacia fue una calca, aunque nuestra desesperación crecía porque un empate no nos servía, de no haber sido porque el inchi Rafita insistió en cobrar un tiro libre que entró pegado a la horquilla, no la libramos, pues quedaban dos minutos. Después siguieron la furia roja española y los azzurri, porque encarrerado el ratón, chifle a su máuser el gato. Estábamos inspirados, la bola corría, salpicada de pasto y de rocío; nuestro juego era un ballet, la tallábamos y cuando se dormían con nuestro embrujo estallábamos como un relámpago y en tres pases estábamos frente a sus redes. Y la gente fascinada con nosotros. Chiquitibun a la bin bon ba, México, México, ra ra ra.
Llegamos a semifinales, ahí nos esperaban los alemanes. Nuestros cocos, dijo alguien, siempre nos echan pa fuera, pero el profe bien reata, no muchachos, ¿vamos a dejar que nos ganen nomás porque son güeritos o les vamos a demostrar de lo que es capaz la raza de bronce? No profe, tiene usté razón, pero estaban rete altos y fuertes. Se veía que en el alemán les daban bien de comer y no veían a médicos del Issste. Y ahí te vamos, no teníamos ni un minuto de juego cuando un tal Miuler dribla a la defensa, saca al portero y suelta un trallazo que casi rompe las redes. ¡Goool! Y nosotros volteándonos a ver, pero si ni nos habíamos acomodado en el terreno. Parecíamos frontón, rechazando bolas; nos fusilaba uno, nos fusilaba otro y el profe con sus gritos: Mai, Mai, no te subas, quédate abajo, haz el dos a uno con Rafa. Y yo, que soy volante ofensivo, con sólida vocación para el ataque, artífice de las mejores escapadas y que por mi elegancia dicen que juego con esmoquin, chale, pus a ponerme el overol y a sacar agua del pozo, medio de contención te llamas y te jodiste, pus ya ni modo. Faltarían tres minutos pa terminar el primer tiempo cuando Miuler se vuelve a escapar, se nos hace bolas el engrudo y madres, dos a cero. Ya en el vestidor yo insistía: cómo le hacen para llegar diez a nuestra portería y defenderse con diez. Pero el profe nos calmaba. Dibujó una jugada en el pizarrón y dijo, con ésta anotamos, nomás pónganse truchas. Salimos al campo, la gente bien chida nos recibió con un grito que sacudía las tribunas: ¡Sí se puede! ¡Sí se puede! Y a la bio a la bao a la bin bon ba…
Pita el árbitro, inicia el segundo tiempo, Chicharo me la pasa, yo la cedo atrás, Rafa hace un cambio de juego, Diego la da al portero, cuando volteamos a ver tenemos encima a diez teutones echando mano a sus fierros como queriendo pelear. Chuy la entrega a Rafita, Rafa finta que va a encarar y cruza el balón hasta donde estoy. Veo la seña de Principito, lanzo un pase alto pa darle tiempo y no caiga en fuera de lugar; la bola chanfleada parece que se irá por línea de fondo, pero cerca del banderín de córner se detiene, Principito hace por ella, lo sigue un alemán, el portero teutón no sabe qué hacer, se barre el defensa, Príncipe lo esquiva, centra a primer palo, Gio la peina, Marco amaga con tirar y se la deja en bandeja de plata al Chicharito que la prende de bolea y ¡Goool! Ruge el estadio. La gente se prende y grita. Los nuestros: ¡Siií seee puede, siií seee puede! Los teutones: ¡Doootchland, Doootchland! Y el inchi cuero no deja de enchinarse. El reloj avanza. Profe grita desde la banda: hay que empatar, quedan quince minutos. El juego es de toma y daca. Vamos y venimos, defendemos y atacamos con diez. Los alemanes no tienen cintura, se van de frente, parecen toros; descubrimos cómo jugarles. En vez de correr a lo loco la escondemos y ellos resoplando embisten en busca de la pelotita, el público comprende y un grito de la tribuna celebra cada pase: ¡Ooolé!¡Ooolé! El rostro del Miuler enrojece y su frente se va llenando de venitas azules.
Gio se va mandón por el medio campo, hace una trincherilla, un doblón y un pase de pecho por lo alto, caen defensas, entra al área, la retrasa al Chícharo, éste se hace un traje de luces con el portero teutón y la regresa a Gio quien la recibe a porta gayola, como se dice en la fiesta grande; y señorón cruza la línea con el balón cosido a los botines. Algunos gritan: ¡Ooolé!, otros goool!, por fin se unen pa repetir: ¡Toooreeero, toooreeero! Los gritos del profe nos vuelven a la realidad: a jugar, no la chiflen, no hay nada que festejar, si nos vamos a tiempos extras o a penales estamos perdidos. Dos minutos, grita el profe, Mai, ya no te subas, no tardan en avisar el tiempo de reposición, pa entonces los teutones ya se la sabían de memoria; Rafa hace un quiebre, me la cede, los defensas alemanes me ignoran, van tras de nuestros delanteros, como parejas de baile, para cortar el pase fulminante que los eche fuera de la copa, todos menos Miuler que para su pesar reacciona tarde, veo un corredor por la banda izquierda, como si fuera el Principito me arranco hecho la fregada y ahí viene tres pasos atrás el tal Miuler, cruzo media cancha, los zapatos me pesan, las piernas doloridas no responden, siento en mi nuca el resoplar del teutón y me maldigo, pienso que por qué fregados no soy el Principito, por qué tengo que ser yo, carajo; yo, al que con un pique de veinte metros le estallan los pulmones, Gio y Chícharo me acompañan, puede ser la jugada del partido, siento que al acercarme al área grande me voy haciendo chiquito, teutón se corre hacia el centro pa aventarme a la banda, llego a línea de fondo, Gio y Chicharito -mano levantada- esperan el centro. Mi pierna de plomo se mueve; tiro el zapatazo, me duelen tanto los dedos, que creo haberle pegado al pasto. Sale el pinche tiro más jodido de mi vida, lo agarré tan abajo que va con un efecto que hace pensar no llegará al área chica, miro el gesto de angustia del portero que interrumpe su achique para intentar el regreso hecho la fregada y yo, cojeando, me pregunto si no habré sacado petróleo. Escucho el contacto de la bola contra el travesaño, igual que una campana hueca, ¡Paaas! Rebota y va a estrellarse a segundo poste. ¡Paaas! Luego, cuando parecía que al picar sobre el terreno se iría hacia el frente, gracias al pinche chanfle defectuoso que le he dado regresa como rambersé en mesa de billar y se mete a la portería. Escucho gol, sin comprender, me abraza Gio: inchi Choco, te cagaste, ni en cien años lo repites; y Rafa: te churreaste mi Choco. Desde la banda el profe grita: Mai, no jodas, regrésate, van a reponer cinco minutos. Aguanten. Y se nos vienen encima los tanques del Africa Corps con su mariscal Miuler al frente, truenan bazucas, obuses y ahí, aguantando vara, rebotando balones con frente y pecho, pero más que nada con el corazón, rompiéndonos la madre, y las inchis agujas del reloj arrastrando los segundos, hasta que el árbitro suena su ocarina. Fin del encuentro, nos esperan en la gran final del mundial otra vez los de la verde amarela. Los teutones chillan, nos abrazan, la rivalidad que hubo en el partido, acabó, nos felicitan a los prietitos, los chaparritos, los mugrositos mexicanos.
¡No!, lo del segundo juego contra Brasil fue otro rollo, por eso les dieron el nombre. Nunca había visto así el estadio. Cien mil almas. La tele transmitió el juego. ¿Arbitro? El Chiquidrácula, con gafete de FIFA; y como abanderada la morenita que venía licando desde hacía varios juegos, me le acerqué y le dije: qué pasó mi prietita clara, a poco pensó usté que llegaríamos tan lejos. Y ella que no, y yo pus miré nomás qué ojazos de capulín tan pizpiretos. Y ella que no, más respeto porque ella es ahí la autoridá, pero yo ¿qué pasó mi reina?, esto se acaba al rato y allá afuera somos mucho más que dos; si todos somos hijos de Dios y nacimos pa morir iguales, y ya entrado en gastos que me animo: pus cómo se llama usté mi prietita clara. Bertha, se llama Bertha, y yo, pus mire Berthita, mi nombre es Miguel, pero la banda me dice Mai, que es lo mismo pero en inglés, aunque algunos ojetes me dicen el Chocorrol, no será por blanco, si quiere platicamos luego, porque el Chiquidrácula, celoso de que le estuviera bajando a su asistente, me apuraba pa poner la bola en circulación.
La neta, pa qué mentir, nos desdibujamos gacho. Antes del minuto madres; atacábamos y que nos meten otro. Principito hizo panchos como pa un Oscar. Penalti. Dos a uno; dominábamos y que nos dejan ir el tercero; todavía nos metieron el cuarto. Silbatazo final, caí fulminado, llore y llore, es que nos hacía mucha ilusión llevarle el trofeo a la morenita del Tepeyac; y que se deja venir desde la banda mi prietita clara, se acerca, me da un beso bien chido, bien chidito el beso ese en la mejilla, me dice que ya no llore, me da la mano pa ayudarme a parar y me pasa un papelito con el número de su teléfono.
Luego premiaron a los equipos que participaron en el Mundial: el Colegio Alemán, el Liceo Francés y la Furia Roja del Madrid, mezclados con los carnales de Tulyehualco, Iztapalapa y Xochimilco; dieron medallas y trofeos; y el lic dice que cada año organizará una copa del mundo pa apoyar a la banda. Y el profe levantándonos el ánimo. Bueno, quesque me quieren con la sub diecisiete, pero de que es pinche la derrota pusí que lo es. Pero no llore mi Mai, la neta, merecían ganar, lo harán el año quentra. Andele mi Chocorrol, no se me achicopale, ni se me desavalorine, verá usté que nos va a ir a todas márgaras; de Dios, y si no, de mí se acuerda; oooh, chale, me cai que sí carnal.
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