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  • Foto del escritorAlejandro Ordoñez González

La dulce Filipa

Quiero aclarar que mi padre es un político destacado pero a diferencia de otros ha sido honesto y por eso somos relativamente pobres. Claro, después de una vida de trabajo, algo ha hecho, además mi madre es ahorrativa, así que sacó provecho a bonos, prebendas e incentivos confidenciales otorgados a mi padre por contribuir a la democracia. Vivimos en un fraccionamiento exclusivo, a orillas de la ciudad, construimos la casa sobre un terreno donado por el municipio. Tenemos autos de lujo y un yate, pero no quiero hablar de eso. Ocurrió cuando mis padres visitaban Europa, en viaje oficial, porque ya se sabe, hay que aprovechar las facilidades que dan los cargos. Era la madrugada, dormía plácidamente. Filipa, la chica que ayuda a mi madre en los quehaceres entró a mi cuarto. ¿Qué pasa, pregunté? Se metieron unos hombres, dijo, están en el patio de servicio forzando las cerraduras de la puerta de la cocina. Salí al balcón, estaban ahí mis dos hermanos. Llama a la patrulla, ordenó Fernando, quien por ser el mayor se siente el patriarca cuando estamos solos.

Por fin, después de varios intentos, una adormilada voz de mujer contestó: Policía municipal, ¿Dígameee? Señorita, habla el hijo del senador zutano, se metieron unos ladrones al jardín y quieren entrar a la casa. ¿Direcciooón? Tal. Vapallá una unidaaá. ¿Cuánto tardarán? Media hora. Señorita están armados, son peligrosos. Ya le dije, vapallá una unidá y cuelgue porque mestá saturando las liiínias. Regresé al balcón. Fernando hablaba con los rateros, dos chavos flacos, desnutridos y con facha de jodidos. Ya viene la patrulla, váyanse, más vale que no los agarren aquí, pero los jóvenes guardaban silencio y seguían forzando las cerraduras. Fernando se empezaba a encabronar. ¿Qué no me oyen pendejos? Lárguense. Pinches huevones, pónganse a trabajar y no quieran chingarse la lana de otra gente. Y que el más flaco contesta: cállese cabrón, ¿no ve que nos pone nerviosos y no nos deja trabajar a gusto? Te voy a aventar unas tortillas duras para que se las lleves a tu madre que se ha de estar muriendo de hambre la cabrona. Orale más respeto con mi jefecita, eso no se lo paso. Me meto con quien quiera y vas y chingas a tu madre pendejo. Y el pendejo que saca una pistolita y Fernando burlándose de él. Apúntale bien idiota y ¡pum! que rompe el silencio de la noche un plomazo que se estrella en el techo del balcón y Fernando riéndose: eres un pendejo, ¿no te digo? Pinche fracasado, ni pa ratero sirves, eres un perdedor y tu madre una pendeja.

Dirección de Policía, ya le dije: vapallá una unidaá, sque la patrulla no puede ir rápido porque el fraccionamiento tiene así de topes y se pue romper el mofle o el cárter y ustedes no se acomiden pa pagarlo. Y ya no esté llamando porque lo voacusar de desacato a la autoridaaá. Que sale Filipa al balcón y les avienta una maceta. ¡Madres! Brincan los chavos: órale pinche vieja ¿pus qué trais? Y Hugo, mi hermano menor: se va a cagar mi mamá, era de porcelana y la trajo de China. Pero Filipa, encarrerada, ya les tiraba otra maceta. Se va a cagar mi mamá, eran las orquídeas que trajo de Asia. Y los chavos que se refugian bajo el techo del lavadero, al otro lado del patio, protestando por la agresión, que empieza uno a reír, y el otro, qué onda carnal. ¿Ya viste? Estamos asaltando la casa de los tres cochinitos, órale mi lobo feroz, aunque más que cerdos parecen hipopótamos, juar juar juar. Tu madre ha de ser una pinche puerca. Los tres cochinitos y Petunia. No te metas con mi mamá y Fernando agarra un jarrón y lo avienta con tanta fuerza que llega al lavadero. Y órale cabrón, ya me heriste. Y Hugo: se va a cagar mi mamá, esa cerámica la trajo de Egipto. Y entre fintas y contrafintas volaban los proyectiles pero los rateros regresaban siempre a la puerta. Parecía que defendíamos Masada y las legiones romanas no cedían. Se acabó el parque, no había qué aventar y la primera chapa había cedido. Sale Filipa al balcón, vacía detergente en una cubeta y se las avienta. Era agua hirviendo y los rateros, ¡ay ay ay! Orale que nos están quemando y pérate carnal quementró jabón en los ojos y otra vez, ataques y contraataques, para entonces el detergente en el patio había formado una capa de espuma de medio metro y parecía que los ladrones flotaban entre nubes. Y el pinche Hugo: se va a cagar mi mamá, te acabaste el detergente de todo el mes.

Y que las cohortes romanas desprenden una lámina del techo del lavadero y avanzan cubriéndose con ella. En la madre, la segunda chapa cede. Sale Filipa con dos galones de aceite purísimo de oliva, extravirgen y los vacía pegados a la pared. Se va a cagar mi mamá, te acabaste el aceite para el bacalao y jodiste la pintura de la pared. Los rateros resbalan, caen, van al cuarto de lavado y regresan caminando sobre la ropa. Se va a cagar mi mamá, son los vestidos que trajo de Tailandia. La última chapa está por ceder, sólo quedan dos tornillos. Morimos de miedo, amenazaron con violar a Filipa y matarnos a nosotros. Filipa toma su caja de herramientas y la pistola de aire de mamá, corta el cable, pela el polo positivo. Baja a la cocina, conecta el cable y con el alambre pelón hace contacto con la perilla. Nomás que hagan tierra estos cabrones. El grito es aterrador, el cortocircuito es durísimo, el cable zumba y se oye el chispazo. Me electrocuté, grita uno, el otro lo carga hasta el lavadero. Estamos a oscuras. Se va a cagar mi mamá, fundiste la instalación eléctrica. El tipo se repone, abren la puerta, van a entrar y un diminuto punto rojo se posa en la frente de un ratero. Levanta las manos y grita aterrado: ¡No dispare!, El otro pregunta qué onda. ¿No ves? Nos apuntan con un rifle de mirilla infrarroja, como el de Rambo. ¡Uta madre! La luz infrarroja va y viene de una frente a otra, ambos gritan, lloran, se hincan, piden piedad, no son gente mala, sólo querían robar pero el gordo mayor los hizo enojar, no querían hacerle daño a nadie. Y el pinche Fernando: ¡Dispara, dispara, mátalos ya, reviéntales el cráneo aunque nos llenen de mierda la pared porque estos no tienen sesos!

Se escucha la sirena de la patrulla, Hugo les abre, los rateros chillan, exigen la presencia de Derechos Humanos, están heridos, quemados, electrocutados, medio ciegos y estuvieron a punto de ser asesinados. El comandante pide que le expliquen. Un arma de alto poder mi jefe, con mirilla infrarroja, aquí nomás en la frente. El comandante trata de extorsionarnos. Uta, eso es gravísimo, está penado. Cárcel sin derecho a fianza. Denme el rifle, son armas para uso exclusivo del ejército, quedan detenidos hasta que se aclare, a menos que... Y nosotros chillando: no, pus cómo, si somos las víctimas y de pronto el puntito colorado se posa en la frente del policía, los demás voltean apuntando sus armas hacia el balcón y se tiran hechos la madre al suelo pero el jefe los pone quietos. No disparen, grita, mientras se orina de miedo y tiembla. Usted, el francotirador, por amor de Dios quite el dedo del gatillo, no vaya a ser la de malas y se escape un tiro. Desde el oscuro balcón se escucha la risita de Filipa, no manchen, cuál rifle de alto poder, cuál Rambo, es mi lamparita de rayos laser que llevo al estadio para aluzar los ojos del portero contrario, ¿a poco creían que era de las que se conforman con gritarles: ¡Puto!?

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