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  • Foto del escritorAlejandro Ordoñez González

La Pachis

Quedó de poca madre Pachis, si pudieras verla desde donde estás. Pachis, la de la nueve, con sus labios colorados y mejillas como manzanas de California. Píntame los párpados de azul y tízname las pestañas papacito, ponme mis pantuflas doradas y mi chalina con pendejuelas plateadas para que estas viejas sepan que soy la puta más chingona de todo el universo. Sí Pachita. Sí mi rey, dime Pachita, Pachis, o de jodida Francisca; pero no me vayas a decir Pancha, porque así me llamaban en una casa donde trabajé de criada. Me despertaban de madrugada y a chambear como burro Y Pancha esto y Pancha estotro y en la noche, ya rendida, veía cómo la rendijita de luz que se filtraba por la puerta del cuarto se hacía grande, después chiquita, luego unos pasitos y un ruidito de ropa que caía al piso y de pronto tenía al viejo atrás, encuerado y como burro en primavera. Panchita: no digas nada, soy el señor. Déjeme en paz. Y él: no te hagas, si a leguas se nota que te encanta. Mira que pechos, que piernas, que nalgas. Y es que siempre he tenido buena nalga mi rey, ¿será por la bailada? Yo lo dejaba hacer porque el viejo estaba requetebién armado, desde que lo vi me dije: órale mi Pachis, atásquese ora que hay lodo. Con decirte que nomás de acordarme se me hacen agua las nalgas… Lo aguanté hasta que me harté, lo esperé tras la puerta. Y ahí la rendija de luz abriendo, luego cerrando, los pasos calladitos y la ropa cae suave, cuando el tambor de la cama rechinó encendí la luz, lo encaré con una charrasca y le dije: ya me cagaste. Y él que brinca. Panchita, que susto me pegaste, apaga la luz y shhh, no grites, vas a despertar a la señora. Que le enseño la charrasca. ¿Ves esto? Fue de mi madre, con ésta charrasqueó a Agustín Lara. ¡Ay, Agustín Lara! Si hubiera sido más vieja podríamos haber chambeado en la misma casa de citas y que tal que me compone a mí: “… acuérdate de Acapulco, María bonita…” Bueno mi rey, ya sé que hay de putas a putas y como dijera José Alfredo, no entiendo eso de las clases sociales, pero de que las hay, las hay. Que le digo: te despachaste con la cuchara grande, ahora págame. Deja tu ropa, ve al estudio por lana; yo, pa que veas que soy buena le hago como la policía: lo dejo a tu criterio güey, y cuidado porque te dejo un recuerdito en plena jeta y a tu ruca también la charrasqueo para que te maldiga por caliente. Cuando volvió temblando de miedo y frío le dije: quédate aquí y no la vayas a hacer de jamón porque te chingo. Para protegerme y no me fuera a acusar de ratera me llevé su ropa y para que no pudiera entrar a la casa cerré por dentro la puerta de la cocina, prendí las luces, puse el estéreo a todo volumen y me fui hecha la chingada, atacándome de risa. ¿Cómo la ves mi rey, te sigo platicando? Pío, pío, pio.

Como usted diga Pachita. No me hables de usted, a las putas nadie nos habla de usted. No nos toman en serio. Como usted diga Pachis. Pinche Luis, ¿no te digo?, ¿nunca te has cogido a una puta? No Pachita. Pinche Luis, se me hace que eres puto. A ver, contesta: ¿eres de clóset, travesti o mariquita? Ninguno. Ah, entonces eres de clóset, pero no te preocupes mijo, ya irás perdiendo la vergüenza. Pío, pío, pío. No me llamo Luis, ¿por qué me dice así? Es que te pareces a un cliente que era igual de ingenuo, con decirte que le vendí varias veces mi virginidad y la pagó cara. Esperaba que viniera borracho y estuviera yo terminando de menstruar, porque una vez lo hice al principio y al ver la sangre casi se desmaya y sólo se le ocurrió preguntar: ¿te lastimé, mamacita? Cuénteme algo de su vida Pachis, ya ve que quiero filmar una película. Mira Miguel. ¿Miguel? Sí, fue mi padrote, le decía: estoy embarazada, tengo antojo de chocolates y ahí se iba Miguel en friega. Semanas después me preguntaba por el bebé, y yo, que ni me acordaba. ¿Eh? Ah, pues está bien. Pío, pío, pío.

¿Quieres reírte? Deja que grite: ¡Enfermera, cómodo! Salen disparadas y se pelean por ponérmelo. Yo entonces me río y les digo: las estoy cabuleando; a ver, ¿por qué no corren así cuando pido el analgésico? Pero no se confíen porque el día menos pensado me les cago. Pinche Miguel, no me mires ¿no ves lo madreada que estoy? Y es que la quimio me está matando de a poquito. Píntame los labios de rojo y las mejillas también, tízname las pestañas y ponme mis pantuflas doradas. Pinche vida, no vale nada, como dijo José Alfredo. ¿Te platiqué que me pretendió?, por eso inventé que me había compuesto “Paloma Querida”, lo malo fue que en una entrevista dijo que su esposa se llamaba Paloma y qué te cuento, no me la acababa con las putas de aquella casa, búrlese y búrlese de mí, ¡ay sí chulis! Que las encaro entonces: nos dice así a todas sus viejas: Palomas, o qué, ¿creían que era de una sola mujer? Ya parece, si mi José Alfredo era un viejo poca madre. Pío, pío, pío.

Pon un danzón y báilalo conmigo, bajas la mano a la cadera y me acaricias la nalga; pero no aprietes, ni magulles. No lo hagas como pelado, no te quieras atascar. Es baile de salón, acuérdate y fajar es cosa muy decente. Si para eso hay que tener estilo. Yo no me encueré en público, ni me pasé un tubo por el clítoris, por eso cuando fui con mi Richard a un teibol, al ver los desfiguros de una mona me dio harta muina, como estaba yo borracha encaré a la putilla de quinta y le grité: desvergonzada, vulgar, nomás andas desprestigiando la profesión, puta decente habías de ser; y la gente en las mesas riendo. Que la putilla agarra sus trapos y se baja. Y yo, con educación: maestro, ¿Podrían interpretar Nereidas? Y que se arrancan, jalé a uno y le dije: ven acá papacito dime lo que sientes; y él, muy refinado, me puso la mano en la nalga; pero así, bonito, sin calenturas juveniles y todos aullando como perros calientes; luego se para otro buen hombre y le dice: ¿me permitiría usted el honor, caballero? Y él, que sí, luego otros más, y la gente de pie aplaudiendo. Que empujan al Richard a la pista y grita una voz: vivan los novios y nos empiezan a aventar las palomitas de la botana como si fuera arroz y que me carga el Richard como si fuera la novia y despacito da la vuelta a la pista para que me despidieran como torero caro y todos a mi paso llenándome de rosas. Adiós papitos, papacitos, mis reyes, mis reycitos, aquí tengo con qué quererlos. Pío, pío, pío.

Ponme unos chiqueadores de romero Luis, ¿ya ves? Me distraes y no te cuento nada, ¿así quieres hacer mi película? ¿Qué quieres saber de mi vida? De trece años. Mi madre tenía poco de muerta. Mi padre vendió mi cama quesque pa sacar dinero. Yo había notado que me veía en forma extraña, cuando dijo que dormiríamos juntos preferí hacerlo en el suelo. Si llegaba borracho me encerraba en la cocina y no salía hasta que se quedaba dormido, pero una vez llegó tarde; no lo sentí, cuando reparé estaba encuerado a mi lado, con aliento alcohólico y hablar trastabillante: Pachhhis, no tengas miedo, no te va a doler me besó con su boca apestosa, casi vomité por el asco que me dio su lengua; se encimó, tomó impulso y entró de golpe, y el grito aquél suspendido en el aire, con los ojos saltones y el dolor clavado en la ingle. Otra noche volvió a llegar borracho. Cuando me dio la primera cachetada estaba distraída. Dijo que era una puta, la causante de su desgracia. ¿Por qué me provocas, desvergonzada?, ¿qué diría de ti tu madre si viviera? Y yo sangrando. Me jaló, rompió mi blusa dejando al descubierto mis pequeños pechos, los pellizcó con sus dedos puercos, los chupó y me penetró, yo lloraba de impotencia. Cuando se durmió me fui de la casa. Empecé mi fulgurante carrera de puta. ¿Cómo ves?, llegué lejos ¿no? Cuando supe de su muerte fui adonde lo enterraron. Llegué a su lápida y le grité como loca: aquí estoy cabrón, aquí está lo que hiciste de mí. ¿Estás contento? Ahora soy una puta exitosa y tú un pendejo fracasado. Púdrete en el infierno, garañón, que no habrás de salir de ahí. Escupí sobre su tumba y me largué para no volver jamás. Pío, pío, pío.

Pachis, Pachita, la de la cama nueve, la del cáncer en la matriz y metástasis en los pulmones. Píntame los labios de colorado y tízname las pestañas. ¡Ay, Luis!, ¿vieras que mal sabor de boca me dejó recordar eso? Mira, cuando todo haya acabado brinda por mi felicidad, porque me hayan perdonado a los que fregué en la vida y que yo haya olvidado a los que se pasaron de lanza. Quita esa cara Luis, párame. Ya sé que lo tengo prohibido, no friegues. ¿Entonces voy a ser el personaje principal de tu película? No, pues está de poca madre. Levántame despacito, ¿no ves que estoy toda madreada? ¿Oye, y ya pensaste qué artista me va a representar? Yo diría que la Rojo, mi rey, si la María tiene unas nalgas paraditas y unas piernas como las mías. Si tuviera cinco años menos y estuviera sana, podría hacerla yo y pa que veas nomás que buena onda, no te cobraba. Dejaría que me padrotearas la película. ¿Ya ves mi rey?, ibas a terminar de mi padrote. No me hagas caso, levanta el brazo en escuadra y ponme la mano en la nalga pero no vayas a meter los dedos en la raya. Lo digo porque los jóvenes son muy impulsivos. Ahora entrepiérnate, así, suavecito, ¿sientes algo?, porque yo estoy sintiendo un calorcito sabroso. Vamos a girar despacio, con pasos pequeños: un, dos, tres, cuatro. ¡Ay Luis!, pero si ya te sentí. Andale, que calladito te lo tenías. ¿Dónde lo guardas que no me había dado cuenta? Ya, ya no aguanto, acuéstame. Pío, pío, pío.

Pachis, ¿le puedo hacer una pregunta? Tú dirás mi rey. ¿Por qué siempre termina así sus frases? Porque no quiero que estas pendejas digan que me morí y ni pío dije. ¿Sabes qué es lo que más extraño, mi rey? Mis zapatos altos de tacón dorado. Ay Luis, dirás que es mucho encaje, pero, por qué no, a cuenta de mis derechos de la película me compras un vestido entallado, escotado y con una abertura en cada pierna; con unas pendejuelas verde esmeralda y una chalina con perlas plateadas y me los traes, pero en lugar de zapatos de tacón alto mándame a hacer unas pantuflas doradas, total, yo ya no duro mucho y el equipo que me compres lo puedes usar en la película, aunque pensándolo bien preferiría que me enterraras con él. ¿Sabes cómo me imagino el final? Quiero que mi caja sea roja, forrada de peluche blanco para que parezca princesa y tú, mi rey, antes de que bajen la caja la abres y me besas en la frente, mi príncipe azul, para que despierte en la otra vida, en una vida mejor. Pío, pío, pío.

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