Entonces, el santo santo señor de los oficios descendió del séptimo cielo desde donde reinaba, venía envuelto entre nubes de algodón y los beatíficos aromas del incienso y de la mirra. El ambiente se llenó pronto con los agudos tonos de las trompetas, los dulces arpegios de las arpas, las flautas y las liras, las rítmicas percusiones de los panderos y los címbalos y un coro celestial que anunciaban, todos ellos, la esperada venida del señor a la tierra. Lo acompañaban ángeles y querubines, arcángeles y serafines y cubría su cuerpo astral con nívea túnica, como correspondía a un ser impoluto como es él mismo.
Se acercó hasta una turbamulta que vociferaba enloquecida y en tono que no admitía réplica les espetó enérgico: ¡Deteneos, que arroje la primera piedra el que nunca haya sido corrupto! Los hombres se vieron a los ojos, dejaron caer disimuladamente las piedras que llevaban, cerraron apresuradamente sus albornoces para que el santo señor no los reconociera y trémulos de espanto quedaron paralizados.
Aunque las escrituras no dan cuenta de ello, se sabe que sólo un hombrecillo insignificante dio un paso hacia adelante y se persignó antes de arrojar tímidamente una pequeña piedrecilla no más grande que una almendra. ¡Te atreves a desafiarme, insolente! -Preguntó quien ya saben-. No señor, contestó el otro, contrito, lo que pasa es que yo robé… pero poquito. (*)
(*) Declaración de Hilario Ramírez Villanueva, ex alcalde de San Blas Nayarit. Fuente: Milenio Digital del 7 de julio de 2014
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