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  • Foto del escritorAlejandro Ordoñez González

Rechazo al voto en blanco y al abstencionismo

1 de Junio 2012


Terminaba la primera década del siglo pasado. El presidente mexicano cumplía 24 años ininterrumpidos en el poder y no obstante el malestar que existía en gran parte de la población, el primer mandatario podía presumir la legitimidad de su gobierno por haber ganado limpiamente las siete elecciones democráticas en las que participó. Elecciones tan democráticas y tan limpias como lo serían las que durante setenta años ganaría después el inefable PRI, lo que llevaría a afirmar a Mario Vargas Llosa (antes de que lo corrieran del país), que México era la dictadura perfecta, no de un hombre, de un partido…

Pero no todo sería dulzura para Porfirio Díaz porque un hombrecillo de apariencia frágil, llamado Francisco I. Madero, a quien la historia conocería como “El apóstol de la democracia”, se pondría al frente de un movimiento que bajo el lema “sufragio efectivo no reelección” terminaría con el dictador.Por supuesto, al hablar del sufragio efectivo se refería a que los votos emitidos por los ciudadanos fueran los que determinaran los triunfos en las contiendas electorales. En cuanto a la no reelección, ésta obedecía a las experiencias que había vivido México frente a la inagotable ambición de un caudillo que se negaba a dejar el poder y se reelegía eternamente, por eso llama la atención que un puñado de legisladores, muchos de ellos güevones y comodinos pretendan ahora dar marcha atrás a ese postulado que costara tantas vidas. ¿Se imagina lo que harían con fuero, canonjías y prebendas perpetuas? ¿Qué sería de nosotros con el niño verde apoltronado durante toda su vida en un escaño o una curul? Claro que para animarnos nos dicen que la reelección los obligaría a trabajar por los electores ¿y por qué no lo hacen ahora, quién se los impide?

En cuanto al sufragio efectivo, a cien años de distancia sigue siendo un sueño no cumplido porque quizás la única elección en la que se respetó en verdad el voto ciudadano, fue la que llevó a la presidencia al tristemente célebre Vicente Fox. Porque las demás han sido todo, menos democráticas, justas o limpias, por eso llama la atención que ahora que nos encaminamos a nuevas elecciones presidenciales se escuchen voces que pretenden animar a la ciudadanía para que voten en blanco, argumentando que las opciones que existen no les satisfacen ni cumplen con las expectativas nacionales. Algunos lo harán de buena fe y aprovechando los quince minutos de fama que la fortuna o el infortunio les proporcionó, pretenden aprovechar el ascendiente que han logrado en algunos núcleos de la población para boicotear las elecciones; otros, parecen actuar con dolo y su posición obedece a consignas partidarias que lo único que logran es perjudicar a nuestra frágil democracia, porque con ello afectan a los partidos minoritarios a la hora de distribuir las posiciones en las cámaras. Además, no hay que olvidar que un voto en blanco representa una oportunidad para manipular los resultados porque en esta tierra de mapaches y alquimistas electorales, todos esos votos en blanco pueden terminar en la contabilidad del partido que menos nos convenga.


Además, un voto otorgado en esas condiciones es como firmar un cheque en blanco; es claudicar, darnos por vencidos y dejar que los demás tomen las decisiones que nos corresponden. Un voto en blanco atenta contra la seguridad, la educación, la salud y la propia vida de nuestros hijos. Es tanto como negarnos a los mexicanos la posibilidad de gobernarnos. Afirmar que ninguno de los candidatos es capaz nos lleva a recordar a ese puñado de conservadores que a fines del Siglo XIX concluyeron que era mejor traer a un príncipe extranjero, con los funestos resultados que todos conocemos. ¿O qué, volvieron a revivir o están entre nosotros los herederos de José María Gutiérrez de Estrada y Juan Nepomuceno Almonte? Quién será el príncipe augusto que venga a gobernarnos y que con su extranjería satisfaga los altos requisitos que los promotores del voto blanco demandan ahora.

No será tampoco cuestión de abstenerse de votar, las circunstancias nacionales demandan la participación activa de todos sus ciudadanos, las cosas no pueden seguir igual, algo tendremos que hacer para terminar con la inseguridad y angustias económicas que afectan a la mayoría de la población, convirtámonos en verdaderos promotores del voto y con ello de una auténtica democracia. No podemos fallar, tenemos que colocarnos a la altura que las circunstancias demandan. Animemos a nuestros familiares, amigos y compañeros de escuela o de trabajo para que ejerzan este derecho que tan caro nos ha costado.


 

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