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  • Foto del escritorAlejandro Ordoñez González

Siete de junio, fiesta de la democracia.

Pertenezco a la generación del sesentaiocho, así que me ha tocado ver de todo en la vida pública de este país. He oído todos los cuentos; como dijera León Felipe, me sé todos los cuentos, así que a mí nadie me duerme con cuentos. Empecé a sufragar a finales de la década de los sesentas, cuando el Partido Comunista estaba proscrito y para votar por él había que escribir el nombre con unos gruesos crayones que hacían casi imposible marcar esa opción.

A través del periódico Excélsior, que llegaba a mi casa, y de las pláticas familiares supe de las atrocidades que se cometían en el país, así que esperé con ansia el momento en el que la mayoría de edad me permitiera sumar mi voluntad a la de otros millones de ciudadanos que creíamos que México merecía un mejor futuro.

A lo largo de mi vida jamás he dejado de votar porque pienso que hacerlo sería claudicar, darme por muerto; así, he ido de elección en elección, y de desilusión en desilusión, a veces -como me ha ocurrido en las cuatro últimas elecciones presidenciales-, con terribles depresiones que me llevan a encerrarme en un mutismo severo hasta que la tristeza y el coraje se diluyen y resurge en mí el ánimo para no darme por vencido y seguir luchando por lo que yo creo merece nuestra patria.

No todos mis amigos piensan como yo, lo sé bien, pero eso no mella nuestro afecto, vivimos en una democracia en la que cada quien es libre de simpatizar con uno u otro partido, o uno u otro candidato. Al hacerlo podemos o no equivocarnos, ese es el riesgo; de lo que estoy convencido es que quien no vota se equivoca irremediablemente y con su pasividad deja en manos de otros las riendas del país, digamos su futuro y el de sus hijos.

En mi opinión, quien no vota se olvida de la historia, de todos esos millones de personas, de decenas de generaciones que murieron, en todos los confines de la tierra, sin poder expresar su voluntad política. De las luchas armadas, de la gente que sacrificó todo y murió para que los mexicanos de este siglo pudiésemos ejercer libremente ese derecho. La abstención electoral es la muerte civil, la claudicación, es entregar un cheque en blanco a los políticos voraces, a los alquimistas electorales, esos que calculan el número de abstencionistas para sumar esos votos fallidos a sus resultados.

Por eso, en memoria de mi abuelo, formidable indio yaqui alzado, que hizo la revolución bajo el mando de Obregón, por su sangre derramada en la batalla de Celaya, por el recuerdo de mis viejos que me formaron, por mí y por mis hijos y nietos el próximo domingo saldré a votar, porque para mí, que soy enemigo de la violencia, es lo mejor y lo único que puedo hacer por ellos: tratar de entregarles una patria más justa y recordarles que podemos perder todo, absolutamente todo, menos la esperanza…

Por eso este domingo votaré y lo haré como sabe bien la gente que me quiere y también los que no lo hacen, votaré por Morena porque me parece que es la única opción decente en este momento en el país; votaré por Morena porque sigo creyendo que Andrés Manuel López Obrador, con todos los defectos que puedan achacarle, sigue siendo uno de los pocos políticos confiables, congruentes y honorables. También porque pienso que los partidos de derecha y del centro ya tuvieron su oportunidad y es hora de que la izquierda, la de a de veras, no los de la chueca, como dijera Heberto Castillo, demuestre que mucho millones de mexicanos no estamos equivocados y que contrario a lo que sucede en los demás partidos, Morena tiene un ideario político y un proyecto de nación que nos conviene a los mexicanos.

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